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Las traducciones como fuente de integración en el debate científico transnacional*

Jézio H. B. Gutierre

Presidente de la Fundação Editora Unesp
Director de Comunicación de ABEU

La edición académica debe asumir dos responsabilidades cardinales. En un ámbito más amplio, debe volverse disponible lo que se puede llamar “canon”. Las comillas son prudentes, puesto que la expresión aquí posee un cuño un tanto idiosincrático si se la compara con lo que, comúnmente, se entiende al hablar de “canon literario”, por ejemplo. Al contrario de este, no se destacan tan solo los clásicos de cada área sino también aquellos títulos que, incluso recién publicados, se revelan como contribuciones significativas para la investigación académica contemporánea, el modelo (el kanón, en su sentido griego original) que baliza o cumple el paso que influirá en la investigación científica posterior. Aunque no sean siempre tan atractivos desde el punto de vista comercial y, por eso mismo, no posean la obligatoriedad de grandes tiradas, algunos textos enriquecen el diálogo científico universal y las editoriales universitarias no pueden eximirse de la tarea de producirlos y distribuirlos.

En el ámbito y sentido más estrictos, la edición académica debe asimismo ser guardiana del texto que se pondrá a disposición, vehiculando con la mayor precisión posible las ideas que están en los originales. Esta tarea es mucho más deseable cuando se reconoce la complejidad hermenéutica ante la que muchas veces se depara el editor. Es permanente el riesgo de que se subvierta el sentido original y, así, se le haga un flaco favor doloroso para el debate intelectual, o sea, justo aquello que se quiere fomentar.

Nótese que las dos tareas mencionadas se refieren a la actividad editorial académica como un todo. Sin embargo, la elaboración y publicación de las traducciones de libros de relevancia académica, cuando tienen éxito, atienden con perfección a aquellos objetivos. En Brasil, esta afirmación se fortalece todavía más cuando se reconoce que el canon, del modo como ha sido definido con anterioridad, está en gran medida constituido por trabajos originalmente publicados en el extranjero, en otras lenguas diferentes del portugués. Así, si, como fue dicho, la tarea de la edición académica es la de editar (bien) y poner a disposición (bien) los libros que marcan la investigación, cualquiera que sea el área considerada, entonces, las traducciones, en países como Brasil, son o deberían de ser elementos naturales en la constitución del catálogo de una editorial universitaria.

Con ese telón de fondo, no deja de ser extraño que, en ocasiones, una difusa antipatía acompañe a la edición de libros académicos traducidos. Una de las posibles fuentes para esa reticencia tal vez derive de la evaluación inexacta del papel del editor de traducciones. Un observador distraído podría verse tentado a decir que el editor cumpliría aquí una función menor, en la medida en la que el texto está, a priori, cristalizado y no permite las típicas intervenciones editoriales de las que se puede sacar provecho a una primera versión. Ciertamente, este no es el caso. Las convenciones, las uniformizaciones, las decisiones involucradas en la edición de las traducciones son –muchas veces de común acuerdo con el traductor- cruciales para la publicación de una traducción y honran la tarea editorial.

No obstante, tal vez más común que la impresión de una supuesta trivialidad del trabajo editorial vinculado a las traducciones, sea la desconfianza del hecho de que la disponibilidad de un texto traducido puede adueñarse de lugares que, de otro modo, estarían ocupados por la traducción nacional. Cuando la demanda no está motivada por el corporativismo provinciano, esa evaluación puede, en efecto, derivar de una justa preocupación con lo que se podría llamar sumisión colonialista a la producción intelectual extranjera, en especial a la europea y norteamericana. Obviamente, las traducciones no pueden ser promovidas en detrimento de la producción nacional, máxime cuando son reconocidas las típicas limitaciones de aliento, costes y mercado de las que padecen las editoriales académicas.

De modo general, los contenidos producidos por los investigadores nacionales deben, en realidad, tener la misma receptividad que los trabajos de investigadores extranjeros y es eso, justamente, lo que exprime la más característica tradición universitaria: los libros, como legítimos transmisores de ideas, deben tener un flujo dinámico, conforme los méritos que posean, para el enriquecimiento del debate académico-científico y la debida integración de la comunidad que lo practica. Las publicaciones académicas son, así, en un sentido muy específico, supranacionales – tan supranacionales como la comunidad científica. Evidentemente, eso no implica que las editoriales universitarias no deban fomentar la publicación académica autóctona, tan solo significa que el valor de un determinado libro – con independencia de las legítimas disposiciones estratégicas individuales de cada editorial y para el justo fortalecimiento de la investigación científica nacional – debe considerarse conforme sus méritos intrínsecos y no por su origen.

La publicación de una traducción no rivaliza con la producción nacional. Al contrario, propicia el ambiente adecuado para que la literatura académica de un país absorba lo que la volverá competitiva y asimilable internacionalmente. Este tal vez sea justo el aspecto más virtuoso de la publicación de traducciones: es el paso estimulante para la integración de la academia nacional en el gran diálogo científico, apartándonos de la omnipresente amenaza del marasmo de un mediocre soliloquio parroquial. Traducciones y publicaciones nacionales son las caras de una misma moneda.

Destaquemos esta última afirmación desde otro ángulo: la publicación, sea de traducciones, sea de textos nacionales, no es en sí, necesaria ni suficiente para garantizar su relieve –algo que, de manera comprensible, a primera vista puede sonar escandaloso entre editores. Sin embargo, lo que se busca, en este caso, es el equivalente a una clave que franquee a los lectores y autores la participación cualificada en el debate de la comunidad científica a la que pertenecen. En el caso de que no puedan acceder a las publicaciones canónicas de aquella comunidad, muy difícilmente los autores que ingresen podrán contribuir para el perfeccionamiento del debate comunitario. Por consiguiente, la eventual versión de sus textos para idiomas extranjeros no acarreará ningún impacto, del mismo modo que será irrisoria la importancia de una traducción y publicación de un texto extranjero que tampoco esté reconocido por aquel debate.

El acceso a los trabajos y autores que definen el campo en el que actúan (el canon) es vital para la formación de los autores nacionales y para su consecuente participación cualificada en el diálogo académico, que, en efecto, es el responsable final por la dinámica y por el avance de la ciencia. Como constituyente básico de este debate, las traducciones merecen aprecio, cuidado, constancia y relieve en la edición universitaria

*Versión en español: el autor.

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