
Santiago Vizcaíno Armijos
Director Centro de Publicaciones
Pontificia Universidad Católica del Ecuador
Coordinador Red de Editoriales de AUSJAL
En medio de una realidad pandémica, las editoriales universitarias en el Ecuador se vieron en la necesidad de replantear sus esquemas editoriales y adaptarse a un universo donde la circulación de libros y revistas impresos se paralizó: cerraron las bibliotecas y las librerías; se cancelaron las ferias más importantes del mundo o se hicieron de modo virtual. Nuestras bodegas, abarrotadas de publicaciones académicas por distribuirse, guardaron y guardan toda la producción que se hizo en el año 2019 y 2020, que no es poca.
La pregunta que nos hemos hecho los editores en esos momentos de incertidumbre ha sido: qué hacer con esa producción? Según las cifras de la Cámara Ecuatoriana del Libro, en 2019 se imprimieron solo 533,595 ejemplares de libros editados por universidades. Seguramente, la mayoría, ahora, embodegados.
La respuesta, en nuestro caso, ha sido la inmediata conversión de esos libros a formatos digitales: pdf y libros electrónicos, y la distribución mediante tiendas digitales y bases de datos. No ha sido fácil. Lo que veníamos haciendo ya de un tiempo atrás de manera alternada con la producción de material impreso se vio acelerada frente a una producción intelectual que no se ha detenido.
Tanto las revistas como nuestras series de libros han continuado con su periodicidad. Sin embargo, hemos tenido un rápido crecimiento de publicaciones digitales. Con un mercado del libro académico paralizado, muchos de estos contenidos se liberaron, lo que ha permitido una mayor difusión en círculos académicos, pero ha imposibilitado el retorno de la inversión que las universidades realizan en la producción de libros.
Tampoco las bibliotecas públicas o privadas poseen fondos para la compra de libros digitales en Ecuador. Y esto impide que exista un desarrollo de un ecosistema saludable del libro. Hasta ahora, las bibliotecas en general no hacen compras en firme de la producción nacional. A lo sumo, adquieren fondos de editoriales extranjeras o reciben donaciones.
Las grandes librerías, por su parte, si antes no recibían los libros publicados por las universidades, ahora menos. Asimismo, hemos tenido ya en 2021 que destinar lo publicado entre 2019 y 2020 a las pocas librerías independientes o especializadas. No obstante, ese porcentaje no llega ni al 20% de los ejemplares producidos.
Las dos grandes ferias del libro del país, de Guayaquil y de Quito, se desarrollaron de forma virtual, con un sistema de ventas al que muy pocas universidades pudieron acoplarse, dada la falta de distribuidores y porque sus procesos internos de mercadeo son todavía incipientes. A decir, solo la PUCE, FLACSO Y ABYA-YALA poseen convenios o entornos favorables para la comercialización de libros digitales. El resto ha tenido que liberar sus contenidos o se ha conformado con el parco movimiento de los libros físicos, a través de la venta a domicilio o por medio de vendedores externos.
Por otro lado, los fondos destinados a través del Instituto de Fomento a la Creatividad y la Innovación del Ministerio de Cultura y Patrimonio no han incluido a las editoriales universitarias y tampoco se han generado políticas públicas desde estos organismos estatales para dinamizar el sector como exenciones de impuestos para la importación de insumos básicos para la producción de libros o incentivos para la edición de libros digitales. Más bien, se han generado más impuestos para los proveedores de servicios: correctores de estilo, editores, diseñadores y diagramadores; lo que a la larga encarece el coste final del libro.
Con este panorama, la producción de libros académicos dentro de las universidades atraviesa una crisis sin precedentes en el Ecuador. Por ello, se hace más que evidente la urgencia de digitalizar nuestros catálogos, la necesidad del trabajo en redes nacionales o latinoamericanas, potenciar las coediciones, crear plataformas propias de comercialización de libros digitales y firmar contratos de distribución mundial con plataformas especializadas; además del uso del recurso de impresión bajo demanda.